La luz diurna de Compostela es especial, está tamizada.
Siempre es la misma y siempre recuerda: ...a la gradación que le indica al oso que debe entrar en la madriguera para pasar el invierno con su devota manta, suministros y agua abundante, un buen fuego, un amplio sillón de orejeras, un centón de libros escogidos, excelente música y la osa..., según escribió el Abade Gurdiel.
Pero a Gerardo Roquer y a las chicas que tenían que hacer tejeduría y puntillas aquel albor no les hacía gracia. Los trabajos de aguja, de coser o bordar o hacer puntilla eran esforzados cuando se hacían a la luz del día y eran los propios de unos galeotes cuando se trabajaba a la luz que desprendían las velas de sebo o esperma, el quinqué de petróleo y la palomilla de aceite. Quemaba la vista. Incluso si estaba instalada la luz de gas, porque los picos de luz desprendían un alumbrado local y plano que terminaba deslumbrando. De aquellos artilugios que alimentaban la penumbra se expiraba un humazo y un olor que impregnaban la casa hasta que se hacía la limpieza general y vuelta a empezar.
Doña Generosa Carollo, la dueña de la pensión de La Casa de la Troya, centra el motivo del cheiro de las casas del XIX en el humo del tabaco, cuando le dice a Gerardo: «Se va a morir de tristeza y me va a culotar la casa con tanto cigarro».
En cualquier caso las modistillas, las costureras externas y las obradoras de puntillas aprovechaban sus años menguantes y su miopía creciente hasta el límite de sus fuerzas. En Santiago más de una joven artesana se queja: ...el hilo y el arder se encarecen, hace frío, la comida sube de precio..., tengo que cuidar a mi pobre madre que está encamada... y la señora me dice que le tengo que bajar el precio... El siglo XIX fue cruel e inhumano. Hoy, el XXI es más benévolo para los occidentales pero sigue siendo duro y frustrante para nuestros hermanos los hispanos, para los asiáticos y los africanos.
Ciñéndome al epígrafe y recordando que en aquel tiempo se solaparon una multiplicidad de maneras de alumbrar una habitación o una calle, incluso con hogueras, señalo los expedientes municipales en que se recoge el presupuesto y el ahorro que quería hacer nuestro bien amado Ayuntamiento en el gasto del petróleo y el gas para los faroles de las Rúas, que por otra parte ya estaban obsoletos. El epígrafe al que me refiero y que se conserva en el Archivo de la Universidad dice: «Sostenimiento diario y suspensión de junio a octubre, excepto en los soportales». Lo que es una paronimia de la conversación entre Gerardo y el guía que le acompaña a su primer hospedaje en Compostela: «—¿Cómo no encienden los faroles del alumbrado? —preguntó a su acompañante. || —Es que le hay luna».
En 1864 ya hay gas portátil y en 1874 se comenzó la instalación de la red para los domicilios que lo solicitaron.
La electricidad tardaría en llegar, debido a cuestiones torticeras.
→ ELECTRICIDAD.
Lucindo-Javier Membiela
*Extraído del glosario a la Edición Mayor de La Casa de la Troya, de próxima publicación.
*Estampa nocturna de la Rúa del Villar compostelana.