ALEJANDRO PÉREZ LUGÍN
compostela

LOS PASEOS COMPOSTELANOS A FINALES DEL XIX.

26 de noviembre de 2009

Además del de la Herradura y el de la Rúas del Villar y Nueva y el Preguntoiro, había uno que era amenísimo y que corría por la carretera de Pontevedra-Vigo-Tuy y otro muy bello en la proximidad de la estación de Cornes que se denomina Puente-Pedriña.
Debemos entender que sólo los que conocieron las corredoiras y las correderas de antaño con sus manantiales y reposos, la maraña de sus celajes preñada de verdor y ensartada por las rayos de sol, un nido en los ramajes, la rápida dispersión de un banco de renacuajos, el croar de las ranas de San Antonio, el canto de los grillos, el de las cigarras, el de los mirlos, el de los pardillos, el de las pegas, el agudo tiple del eje de un carro de bueyes que sube la ladera embutiendo las ruedas en los carriles horadados en la peña... podrá comprender la esencia que los escritores de la generación de Lugín expresan al escribir «amenísimo».
En la ciudad, el paseo de la Herradura y de la Alameda se armonizaba a las doce, la hora del recreo de las niñas-chicas-señoritas de la villa, y a él se dirigían los hipnotizados estudiantes; cuando no era el bueno de don Jacobo Gil Villanueva el que les dejaba su hora libre y los empujaba hacia su juvenil y diario horizonte.
En las Fiestas del Apóstol, Semana Santa, los domingos, los días festivos y los jueves había un plus. Y aunque el tiempo era medido por el mismo minutero parecía que corría durante un lapso mayor o menor y con un apuro diferente: para las niñas de la burguesía y las hidalgas y las modistillas y las familias al pleno con los niños y las doncellas; y para el barquillero y el aguador y la gitana de la buenaventura y el heladero y la vendedora de tisanas y poleos que ponía banco a la vera; y para el mercachifle que ofrecía de todo y los vendedores de aleluyas y pliegos de cordel y el pirulero y un tullido y un humano exótico; y para la eterna niña raquítica, desmedrada, cariñosa y más sucia y pobre y rota que Heidi que cantaba impulsada por el viejo ciego de la zanfona ...abuelito... abuelito... y algún demás hasta el momento que se propiciaba para adornarse y después suplicar: ¡Écheme una perra señorito!, ¡Échela!, ¡Échela!, cual si estuviera emparentada con aquellos rillotes que Lugín describió en el Mesón del Viento.
En fin, el horario del paseo variaba de acuerdo con la estación del año y las horas de luz o la temporada de lluvia.
A veces en algún aparte de la Alameda y en contra de las ordenanzas municipales se organizaba un bailoteo animado por una murga u orquestina callejera que interpretaban: valses, mazurcas, rigodones, pasos-dobles, marchas y jotas. Las madres y los padres de aquella generación de La Casa contaban y recontaban que en su tiempo los bailes de moda eran los rigodones pero que los más alegres y bellos eran sin duda las contradanzas.
Por el centro de la Alameda circulaban las señoritas y por los laterales las artesanas y las modistillas. Mientras que por el tramo superior de la Herradura lo hacían los hidalgos, los canónigos, abades, magistrados, comerciantes de prosapia, la gente de edad..., y las viudas en la lejanía.
Todo, todo el paseo, toda la alborozada molestia que originaba la asistencia a los paseos, tenía el fin de la promoción y el encuentro de los jóvenes. O al menos eso era lo que aseveraba la gente de edad. Así se reunirían y se comprometerían las jóvenes damiselas y los caballeretes con chistera, bombín o visera y velocípedo. Lo demás, y lo anterior también, era todo tramoya y ornato y vigilancia y la presidencia honoraria de la iglesia de la bella Santa Susana rodeada por sus mílites, los carballos, y por el color y el aroma de las flores y el verde de los setos, de los pinos, los álamos y los castaños de Indias.
En 1885, dos años antes de los hechos de La Casa de la Troya, en el paseo de la Alameda, Campo de la Estrella, se instaló la estatua del Héroe de Cavite, don Casto Méndez Núñez.
En lo mismo, Había otros paseos de más confianza y merendola; más populares; más prohibidos. En Vista Alegre y los Concheiros. Pero para buscar un pavero, un trouleiro y un buen partido, para seguir siendo chicas buenas y finas, tanto como para parecer tontas y para enamorarse de verdad como unas niñas-chicas, con todas las prevenciones que le son propias a tan grave asunto, no había en Santiago nada como el teatro, el baile en el Casino Mercantil o en el de Caballeros y el paseo de la Alameda bajo la atenta mirada de mamá y papá, las tías, las desleales competidoras, las hermanitas párvulas..., y el celoso ojo avizor del elegido que tanto llameaba su amor hacia la bella como disparaba flechas verdes a los demás osos que la rondaban.
Quede para la historia que en Galicia el paseo de los jueves se institucionalizó hasta el punto que pasado el tiempo y a mediados del siglo XX las chicas de servir tenían dos medios días de asueto que correspondían al jueves y domingo a la tarde.

→ ALAMEDA, PASEO DE LA. HERRADURA, PASEO DE LA; OTROS EPÍGRAFES.

 

Lucindo-Javier de Membiela
Matías Membiela Pollán
 

*Extraído del glosario a la Edición Mayor de La Casa de la Troya, de próxima publicación.

*Fotografía del Paseo de la Alameda, Santiago de Compostela.

Foto
La Casa de la Troya The House of Troy La Maison de la Rue de Troie La Casa de la Troya Edición Centenario
OBRA PREMIADA POR LA REAL ACADEMIA DE LA
LENGUA ESPAÑOLA
Edición de Lucindo-Javier Membiela
Ilustraciones de Cristina Figueroa

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