En los tiempos de La Casa de la Troya (ca. 1888), el oficio de herrero tenía su relevancia. Era una artesanía para la que se necesitaba un largo aprendizaje. Su labor comprendía el arreglo de los radios de las ruedas, la composición de los carros y de las herraduras, y la elaboración y reparación de los ejes, pasadores, llaves y rejas forjadas a mano.
Los galpones y las fraguas de los herradores estaban instalados en la vía que bajando por la Rúa de Ruedas, seguía por la Virgen de la Cerca, Senra, Carrera del Conde-Camino Nuevo y el extrarradio. El ruido que soportaban los vecinos, los humos que desprendía esta industria y el olor de las bestias a la espera de que le renovaran las herraduras los condujo, poco a poco, a las afueras; que hoy son adentros.
Los herreros y las fraguas necesitaban agua. Y sucedió que vinieron a tomarla de los ríos Sar y el Sarela y de los regatos que los alimentaban. Allí cerca, donde estuvieron instalados un millar de molinos que fueron desapareciendo a medida que la harina, que entraba por mar desde Santander y por ferrocarril desde Palencia, copó el mercado.
Lucindo-Javier Membiela & Matías Membiela-Pollán
* En aquel "son diario" siempre había un repiqueteo de mazas, martinetes y machados. Aquellos vulcanos tuvieron nietos que hoy son catedráticos.