Labarta Pose escribe una larga poesía cuyo tema es la alabanza de Santiago y la evocación de La Casa de la Troya. Uno de los motivos que utiliza es el de la larga procesión que se hacía con motivo de la Fiesta del Apóstol y que seguro que conoció en su versión grabada, ya que así fue estampada en diversas publicaciones del siglo XVIII y del siglo XIX.
La procesión, al mismo estilo de las entradas triunfales y recepciones a grandes personajes o con motivo de una coronación o la muerte de un rey, se sobrecargaba con caballeros y señores y señoras todos; con mojigangas y gente con el uniforme de oficio; salmistas, una o dos bandas, un coro de exclusivos, el canturrear bonísimo de las mujeres siempre cual si estuvieran a punto de recibir el garrote vil; y la compaña porque sí de los cabezudos Furnincuais, Coneiras, Picaratones y el Coco y la Coca que eran gruesos y en teoría la mala estampa de los acreedores ingleses del siglo XIX.
Las procesiones en Compostela fueron de copia y recibo.
De copia porque inspiraron a las que se hacían en las villas gallegas, en las de los pueblos y villas de España y Europa que pagaban el diezmo, y dada la importancia cortesana de sus cardenales las de otros obispados sufragáneos de gran importancia y otras capitales de Occidente.
Y fueron de recibo porque siempre estuvieron al tanto. Es decir, el jefe de ceremonias se mantenía ojo avizor sobre las mejoras que se hacían en el Vaticano o incluso cuando la coronación del emperador Carlos I, que pasó por Santiago antes de embarcarse en Coruña. Es más, el maestro de ceremonias de la Catedral discutía con los artistas la posición y el retrato de los personajes principales de la comitiva.
Lucindo-Javier Membiela
Matías Membiela-Pollán
* Santiago de Compostela. Procesión en un Año Santo. Colección Martínez Barbeito.